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del latín philologĭa, y éste del griego φιλολογία

Filología e investigación (Anna Alberni)


La filología es la ciencia que se ocupa del estudio y la reconstrucción de los textos, generalmente del pasado, con el fin de proponer su lectura para el presente.

El trabajo del filólogo consiste por encima de todo en editar un texto respetando al máximo la voluntad del autor, por muy lejana que ésta pueda parecer (piénsese por ejemplo en la Ilíada, en los textos sagrados, en la poesía medieval...). Para conseguirlo, la crítica textual se sirve de una serie de operaciones de tipo lógico cuyos resultados hay que interpretar a la luz de disciplinas auxiliares como la codicología, la historia o la lingüística, entre muchas otras. El trabajo finaliza con la formulación de una hipótesis crítica de reconstrucción del original, hipótesis que aspira a ofrecer un texto tendencialmente limpio de errores, y que se presenta acompañada de todas las pruebas y argumentos que han dado pie a las decisiones tomadas ante cada encrucijada interpretativa.

La investigación en filología, y en las humanidades en general, consiste no tanto en explicar la realidad formulando leyes cuya validez puede ser repetidamente refrendada, como en tratar de comprender otro tipo de realidad: la producción intelectual y artística del hombre, mediante su descripción e interpretación.

El instrumento que permite hacer inteligible este trabajo, claro está, es el lenguaje: en primer lugar, la propia lengua, y luego todas las lenguas de cultura, vivas o extinguidas, que sean pertinentes para cada objeto de estudio. Nada de esto sería posible sin una paciente acumulación de saber, algo que cada vez tiene menos peso en nuestra sociedad.

Tal vez por ello los organismos destinados a diseñar los mapas de la investigación del futuro tienden a considerar poco sexy la filología, alegando falta de innovación o, en la jerga al uso, poca vocación por traspasar las fronteras del conocimiento.

Y sin embargo, el valor de las humanidades reside precisamente en su capacidad infinita de conocer, de sobreponer estratos de conocimiento nuevo al saber del pasado, sin pereza intelectual y sin escatimar esfuerzos de ningún tipo.

Fijar un texto y darlo a conocer bajo una nueva luz significa salvarlo del olvido, del expolio, de la desintegración.

Gracias a ello, podemos beneficiarnos del goce estético o el enseñamiento contenidos en las grandes obras de la literatura y del pensamiento. Pero el valor de la filología para la sociedad va mucho más allá: sólo su invisible pero eficiente andamiaje verbal puede dar al hombre el poder de leer con criterio, con plena conciencia de la carga de significado y tradición cultural que se esconde en cada palabra y cada idea transmitida.

Y es que una actitud informada y crítica es sin duda el mejor antídoto que tiene la humanidad contra la anestesia paralizante de la desmemoria o la amenaza del pensamiento único.

En un mundo como el actual, dominado por la lógica implacable y dura del crecimiento económico y tecnológico, la filología tiene un papel más decisivo que nunca: el de salvarnos las palabras y su poder civilizador.

Al margen de banderas y ciclos electorales, esta debería ser una de las bases irrenunciables de todo programa político que se quiera responsable.

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