Pío Baroja fue, en muchos aspectos, un escritor del XIX, época de grandes ideales y de grandes aventuras que su cosmovisión prolongó, con su vida, hasta la mitad del siglo XX. Muy preocupado siempre por el rendimiento de su escritura, se parece a aquellos esforzados novelitas de folletín del ochocientos que, puesto que cobraban a tanto la página, necesitaban publicar en renglones cortos productos resultones.
Si su profesionalización como escritor no fue nunca fácil, tampoco lo es determinar la cronología de los contenidos de sus publicaciones, tan sujetas al refrito y reciclaje de materiales. También Pla corta y pega, sea dicho de paso. Y, como también sucede con Pla y con tantos otros ciudadanos, escritores o no, recién salidos del trauma, los primeros años de la posguerra son, si no los del examen de conciencia, los de la recapitulación y el recuerdo.
Baroja empieza a redactar sus memorias en el año 1941, casi recién regresa del exilio (que él se procuró desde el mismo momento de la victoria en Navarra de los sublevados, ya en julio de 1936). En 1942 las empieza a dar a conocer por entregas en la revista Semana (que dirigió, hasta que en el año 1945 fue nombrado embajador en Washington, su casi paisano Manuel Aznar Zubigaray, con quien entró Josep Pla en Barcelona pensando en dirigir La Vanguardia).
Con el título de Desde la última vuelta del camino, Baroja empieza a editar sus memorias en forma de libro en 1944. Aunque le habían sido estimuladas "por un editor de Barcelona" (así lo pone, silenciando el nombre de Ponsa, de la editorial Juventud), la colección, en siete volúmenes, fue editándose con sello de la Biblioteca Nueva, de Madrid, hasta 1949. Luego se publicaron en un solo tomo de sus Obras completas y se han reeditado ya varias veces, la penúltima por Círculo de Lectores.
La última, en tres volúmenes, con la que Tusquets conmemoró en el 2006 el cincuentenario de su muerte, incorpora (como libro octavo del conjunto de hasta entonces sólo siete) La guerra civil en la frontera, obra que la editorial familiar Caro Reggio dio a conocer póstumamente sólo en el 2005. Cosa que ya da idea de hasta qué punto la recepción de Baroja hasta hoy se ha visto condicionada también por la censura o la autocensura.
En las memorias de Baroja, como ya señala Pérez Ollo, "encontramos repetidos y ampliados algunos episodios de infancia y juventud recordados en otros textos; de modo que unos hechos volvió a narrarlos, y otros no". Sí, mucho repitió, hasta literalmente, aunque también omitió mucho impublicable en dictadura. Cotejar lo que en sus memorias deja como recuerdos y opiniones, con por ejemplo, Juventud, egolatría (1917), revela hasta qué punto el Baroja de posguerra escondió prudentemente su pasado anarquizante, anticlerical y antimilitarista.
Si su profesionalización como escritor no fue nunca fácil, tampoco lo es determinar la cronología de los contenidos de sus publicaciones, tan sujetas al refrito y reciclaje de materiales. También Pla corta y pega, sea dicho de paso. Y, como también sucede con Pla y con tantos otros ciudadanos, escritores o no, recién salidos del trauma, los primeros años de la posguerra son, si no los del examen de conciencia, los de la recapitulación y el recuerdo.
Baroja empieza a redactar sus memorias en el año 1941, casi recién regresa del exilio (que él se procuró desde el mismo momento de la victoria en Navarra de los sublevados, ya en julio de 1936). En 1942 las empieza a dar a conocer por entregas en la revista Semana (que dirigió, hasta que en el año 1945 fue nombrado embajador en Washington, su casi paisano Manuel Aznar Zubigaray, con quien entró Josep Pla en Barcelona pensando en dirigir La Vanguardia).
Con el título de Desde la última vuelta del camino, Baroja empieza a editar sus memorias en forma de libro en 1944. Aunque le habían sido estimuladas "por un editor de Barcelona" (así lo pone, silenciando el nombre de Ponsa, de la editorial Juventud), la colección, en siete volúmenes, fue editándose con sello de la Biblioteca Nueva, de Madrid, hasta 1949. Luego se publicaron en un solo tomo de sus Obras completas y se han reeditado ya varias veces, la penúltima por Círculo de Lectores.
La última, en tres volúmenes, con la que Tusquets conmemoró en el 2006 el cincuentenario de su muerte, incorpora (como libro octavo del conjunto de hasta entonces sólo siete) La guerra civil en la frontera, obra que la editorial familiar Caro Reggio dio a conocer póstumamente sólo en el 2005. Cosa que ya da idea de hasta qué punto la recepción de Baroja hasta hoy se ha visto condicionada también por la censura o la autocensura.
En las memorias de Baroja, como ya señala Pérez Ollo, "encontramos repetidos y ampliados algunos episodios de infancia y juventud recordados en otros textos; de modo que unos hechos volvió a narrarlos, y otros no". Sí, mucho repitió, hasta literalmente, aunque también omitió mucho impublicable en dictadura. Cotejar lo que en sus memorias deja como recuerdos y opiniones, con por ejemplo, Juventud, egolatría (1917), revela hasta qué punto el Baroja de posguerra escondió prudentemente su pasado anarquizante, anticlerical y antimilitarista.
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