Carlos Edmundo de Ory, poeta, nació en Cádiz el 27 de abril de 1923 y falleció el 11 de noviembre de 2010 en Thezy-Glimont (Francia).
Inquieto, asilvestrado, infantil, hondo, tremendamente singular y creativo, Ory mostraba su ser poeta mago en casi todo, desde la variedad de su amplia poesía hasta su indumentaria bohemia, pasando por su amor al happening. Yo lo conocí en mi adolescencia (a fines de 1970) cuando Carlos Edmundo, que ya vivía en Francia –en Amiens entonces– vino a Madrid a leer poemas en Puente Cultural de la antología que de su obra acababa de hacer Félix Grande y que le abría verdaderamente a las nuevas generaciones… Leía muy bien, pero para evitar la censura –nos dijo después en una cena– siempre que se refería a España decía «Ispiña», declarando que eso era un uso «postista».
El postismo, como su nombre quiere indicar, es el último ismo, la vanguardia o neovanguardia tras los anteriores ismos, y fue un suspiro de irreverencia con ecos surrealistas, hasta donde podía tolerar la hosca posguerra española. El postismo fueron, sobre todo, Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro Hijo, Silvano Sernesi, y anduvieron muy cerca, entre otros, Paco Nieva o Gloria Fuertes, que llegó a enamorarse de Ory aunque sólo fue correspondida en amistad. Un momento el del postismo que, junto al grupo Cántico de Córdoba, iba a suponer la mejor heterodoxia a la poesía imperante en las dos primeras generaciones poéticas de posguerra.
Carlos Edmundo de Ory nació en Cádiz (donde realizó sus estudios) el 27 de abril de 1923, dicen todos sus libros, pero últimamente se ha apuntado que en verdad habría nacido en 1921. Su padre fue un conocido poeta modernista, Eduardo de Ory, autor de numerosas antologías de la poesía de su tiempo. En 1942, Carlos Edmundo deja Cádiz por Madrid y comienza el rico y disparatado tiempo postista. En 1945 publica Versos de pronto, su primera colección de poemas en lo que será, casi hasta el fin, una riquísima y plural bibliografía. Cansado (como tantos) de la censura franquista y del ambiente rancio de cerrado y sacristía que se vivía en aquella España, en 1953 –cuando se puede ya dar por clausurado el momento postista– Carlos Edmundo de Ory se va a París. En Francia vivirá hasta su muerte, haciendo cortos viajes a su país natal de cuando en cuando y habiendo vivido también en Perú. Después de París vino Amiens y finalmente un pueblo del norte, Thezy-Glimont, donde ha fallecido con 87 u 89 años, asunto que según algunos cercanos está todavía sin aclarar.
Carlos Edmundo de Ory (que también publicó prosa de cuando en cuando, como los cuentos recogidos en Cuentos sin hadas de 2001) era un poeta plural y polimorfo, que podía ir desde el poema- objeto (lo vi lanzar globos con letras al aire de Granada en 1983, para que el viento azaroso fabricara los versos) hasta el soneto más clásico o más nuevo. En su inspiración late siempre lo imaginativo y lo fabuloso de manera tal que podría considerarse, con mucho honor, como uno de los hijos últimos de un surrealismo muy particular, que a ratos no ocultaba ni el dolor ni la confesión como se muestra en uno de los libros de su retorno, Técnica y llanto (título muy significativo) de 1970. Antes, entre tantos libros, estarían el espléndido Los sonetos (1963), Miserable ternura (1972) o Cabaña (1975). Todos esos caminos fueron proseguidos y enriquecidos, como muestra la excelente y amplia antología de su obra siempre en marcha, Música de lobo. (1941-2001) que realizó y prologó Jaume Pont.
«Han enmudecido los maestros del sueño/ La belleza aqueróntica está carcomida», se quejaba Carlos Edmundo. Poeta puro, poeta imagista, poeta sensible y sensitivo, Carlos Edmundo de Ory, sobre todo en su última época, realizó también sorprendentes colecciones de aforismos, de varia gama, que él llamaba «Aerolitos», una de cuyas últimas colecciones salió hace un par de años.
Ory (además del postismo) no dejó de promover movimientos poéticos, más o menos efímeros, como el APO en 1968 (Átelier de Poésie Ouverte o Taller de Poesía Abierta). Uno de sus libros últimos más bellos, a mi saber, es Melos Melancolía (1999), porque si Ory podía ser juguetón y travieso es asimismo un hondo poeta atravesado por ríos de niebla y un alto poeta amoroso, como puede comprobarse en su gran poema Amo a una mujer de larga cabellera, donde hallo este hermoso verso (Ory es poeta de fulgurantes aciertos): «El barco del placer encalla en alta mar».
Teniendo al gran Vallejo o al chileno Gonzalo Rojas como maestros o amigos, la poesía de Ory (vastísima) es un rico océano. En España ha sido, al final, querido y respetado pero no premiado, pese a nuestra famosa afición de premiar a los viejos. Sólo la Junta de Andalucía le declaró Hijo Predilecto en 2006. No hay más honores, si no lo fueran en sí sus muchos libros y antologías, su magisterio de heterodoxo irredento del que ningún premio lo ha salvado. En noviembre de 2007 dejó un legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes que no se conocerá hasta 2022. A mí, personalmente, me parece triste que el gran Ory se haya ido sin galardones, pero me alegro de otro lado porque ello valida su auténtica heterodoxia y lo aleja definitivamente de la lamentable legión de afanosos buscadores de premios, de la que el mismo Ory hacía chanza. Sus propios versos, sus muchos libros y el haber fallecido autoexilado son su mejor, su más augusta medalla. ¡El Aqueronte es tranquilo y es tuyo, amigo!
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